miércoles, 26 de julio de 2017

La vez que mezclé alcohol y pastillas

Cuando tenía quince años me pasó algo que hasta este momento sigo catalogándolo como un evento terrible: Tenía pocas semanas con mi nueva laptop y estaba súper emocionada porque tenía escrita una historia en trilogía. Escribía diario, a todas horas, olvidaba comer, me bañaba, me cambiaba y convivía con los demás a regañadientes porque lo único que cabía en mi mente por aquél entonces era escribir y escribir y escribir. Cuando estaba en la prepa todo lo que hacía era pensar en qué escribiría llegando a mi casa, dibujaba a los personajes en mis libretas y hablaba de eso hasta hartar a mi amiga Ale -gracias, Ale, por aguantarme y jamás desalentarme con malas reacciones-

Puedo decir con seguridad que esa fue mi época -al menos hasta hoy- más prolífica. Escribía un montón y amaba mucho lo que estaba escribiendo. No había nada ni nadie que me hiciera desistir de mi historia. Yo creía en ella, yo creía en mis personajes y creía en todo lo que estaba invirtiendo en ella. 

Una triste noche había pasado las últimas dos horas escribiendo alrededor de cuarenta hojas para el final de la trilogía -y que me daría pie para escribir una cuarta parte- y justo cuando lo iba a guardar, alguien llamó a la puerta de mi cuarto. Ya no puedo recordar si fue alguno de mis padres o mi hermana y el punto es que me distraje al hablar con esta persona, le di "no guardar cambios" y se perdió todo mi trabajo. Me quedé estática por algunos segundos, intentando procesar lo que había pasado y cuando por fin mi cerebro agarró la onda me SOLTÉ LLORANDO PORQUE OH DIOS POR QUÉ ME PASABA ESTO, POR QUÉ ME PERMITÍAN SER TAN ESTÚPIDA.

Me sentía devastada, me sentía humillada por mi propia torpeza, me sentía estúpida e indigna. 

Esa fue la primera vez que pensé en quitarme la vida.



Ya sééééééé que paso mucho tiempo quejándome y haciendo bromas sobre matarme y chalalá. Ya sé que paso a incomodar a montones y montones de personas con mi humor oscuro y macabro. Y también soy perfectamente consciente de que muchas veces esas bromas y esa acidez, esa oscuridad se puede interpretar como gritos de ayuda -lmao, sí estoy pidiendo ayuda, pero no ocupo el humor para eso-

En ese entonces tenía quince años y cuando perdí esas cuarenta hojas que obvio no pude recuperar porque el miedo, la confusión, la ira y el dolor me trabaron por varias semanas y me quedé corta de vista porque no supe cómo intentar solucionar mi problema. Tenía quince años y a los quince años cualquier desperfecto o inconveniente se siente como el fin del mundo.
Pero aunque lo pensé con mi característica impulsividad y como es obvio, no lo llevé a cabo.

Me sentía tan desesperada y tan triste, tan inútil y tan humillada... que pensé que la única manera de dejar de sentirme así era matándome.

Mal consejo, tbh.

No me atreví a atentar contra mi vida porque de inmediato pensé en mis papás y en mi hermana. Pensé en mis pocos amigos. Pensé en mi demás familia. Y pensé que si bien, era una historia que me gustaba mucho, tampoco quería que fuera la última que yo escribiera.

Por temor a fallar, por temor a decepcionar, incluso por temor a no saber qué sigue luego de morirse, no lo hice. Deseché esa idea de mi cabeza y jamás se lo dije a alguien. Pienso, ahora, que si quizás le hubiera comentado a alguien cómo me sentía no habría llegado hasta este punto, quizás. Pero temí lo que otros pudieran pensar de mí.

Y es que, ¿cómo se pide ayuda?

-Hola, ¿cómo estás?-
-Bien, gracias, ¿Y tú?-
-Mal, fíjate que el otro día pensé en matarme por un problema que tuve, ¿me ayudas?-

La otra persona podría pensar PERO AYUDARTE A QUÉ, PERRA??

Tenía quince años. Estaba en segundo semestre de preparatoria. Tenía miedo de mis maestros nuevos y mis compañeros nuevos. Tenía miedo de mis padres, de mi hermana. Tenía miedo de mis viejos amigos. Tenía miedo de mí misma.


Y no supe cómo pedir ayuda. Pensé ingenuamente que sería algo que se iría con el tiempo o que ya lo superaría. Cosas de adolescentes, ya saben. La intensidad de mis pensamientos y el impulso de ser fatídica y extremista. Crecería y eso se quedaría atrás. Escribiría otra cosa y eso me ayudaría a olvidar cómo alguna vez me sentí.




Con el tiempo no puedo asegurarles que eso se fue, sin embargo, mis arranques de tristeza y desesperación nunca fueron tan profundos e intensos como aquel que tuve en mi adolescencia. 

Sentía tristeza y desesperación, frustración, miedo y horror como cualquier otra persona. Creo que lo resiento más debido a mi carácter sensible, introvertido y socialmente consciente af.
Podía bromear sobre morirme, suicidarme o cuál fuese la situación que me llevara a la muerte eterna. La gente a mi alrededor con el tiempo se acostumbró y lo tomó como era: bromas. Pero incluso aunque yo me reía a grandes carcajadas, podía ver la duda y el miedo de mis amigos y familiares en sus ojos cuando me veían decir algo de esa naturaleza. 
Un dude incluso con quién ya estaba compartiendo algo más que mi tiempo intentó amenazarme con dejarme si seguía con esas bromas de mi muerte porque le alteraba los nervios considerar alguna realidad alterna o universo paralelo en el que yo sí llegara a hacerlo y aunque en ese mismo segundo le aseguré que jamás lo haría, creo que me di cuenta de que fue la primera y única vez que le mentí.






Hace dos años, más o menos, por allá de mitad de noviembre, salí con dos buenos amigos a un bar. Como ya escribí en ocasiones anteriores, me puse hasta la madre de ebria. Fue mi primera borrachera en serio. No necesité de mucho alcohol para acabar mareada, arrastrando las palabras y riéndome hasta del viento frío acariciando mi cara.

Era una buena noche. Había muy buena música y estaba con mis dos amigos jugando "Yo nunca nunca" y todo se sentía bien. Una parte de mi ser quiso sentirse bien, pero la otra parte, la mayoría, era pura oscuridad y vacío desde que mi tío favorito, semanas atrás, había fallecido de la nada. Yo todavía no lo entendía. Creo que aún no lo entiendo, y tal vez nunca lo haga, pero en fin. Según yo ya estaba más de humor para salir el mundo a vivir y chalalá. A regresar a la normalidad...

¿Pero qué pinche normalidad hay en una chica de veinte años que se tuvo que escapar un momento al baño para tragarse unos analgésicos que guardaba en su bolsa? ¿Qué pinche de normal hay en alguien tan joven queriéndose, realmente intentando sin mucho esfuerzo ni mucho pensamiento frío de por medio, en matarse?

Como resulta obvio NO FUNCIONÓ, porque mi cuerpo rechazó el alcohol al cabo de unos minutos y las pastillas también y terminé vomitando por todo el pasillo del bar. Mis amigos no se dieron cuenta sino hasta hace un par de meses que yo hablé con ellos y se los comenté. Nadie sabía. No se lo comenté a nadie. Ni siquiera yo misma fui consciente de lo que hice sino hasta semanas después, cuando me tomé un tiempo a meditarlo.

¿Me sentía de verdad tan triste que quería acabar con mi vida? ¿Es que ya no había esperanza, ya no sentía esperanza?

Fue tan impulsivo, tan rápido, tan espontáneo todo el asunto que no supe qué fue lo que en verdad estaba sintiendo.
¿Me sentía triste porque mi tío fav había fallecido? ¿Tenía en algo que ver mi separación de este dude de quién me había enamorado? ¿Qué era lo que estaba pasando en mi interior?

lol




Pero al final, ¿Importan mucho esos motivos? Quiero decir... ¿Puedo cambiarlos? No. No puedo cambiar el hecho de que mi tío fav esté muerto. No puedo cambiar la manera de ser de este dude con quién seguí y luego ya no y luego nos separamos seis meses y luego regresamos y luego otra vez ya quedó en out. 
¿Puedo cambiar el hecho de que las personas en quiénes confío me traicionen? No. 
¿Puedo cambiar el hecho de que tengo defectos? No.

No puedo.

Lo que puedo hacer es pedir ayuda y calmarme un chingo. Creo.


Escribo esto no con la esperanza de darles fe a los demás o que se inspiren o que se quieran matar o que terminen sintiendo lástima de mí. Es algo que tengo guardado desde hace dos años, no todos lo saben...

Pero hoy lo hago público y con todo lo que eso conlleva. Me asusté, obviamente, porque nunca pensé que estuviera tan mal en aquél noviembre. A veces que lo pienso me asusto todavía porque no me creía capaz de algo así.

Y aunque fallé miserablemente debido a que es evidente que no tenía un plan para suicidarme, igual algo dentro de mí me llevó a hacer lo que hice. Y me da vergüenza y me da tristeza y me da mucho miedo. Pero creo que reconocer que algo anda mal es el primer paso.


Se los comparto porque este es mi blog y aquí escribo cosas de mí, de cómo veo al mundo, de cómo soy yo. No quería dejar escapar la oportunidad de iluminar ese recóndito y oscuro lugar dentro de mí, porque si les voy a hablar de cuán compasiva y generosa e ingenua y amable soy, también les voy a hablar de esa vez que me sentía tan perdida y tan muerta por dentro que mezclé alcohol y pastillas.

Pidan ayuda, amigos.

Yo lo voy a hacer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario