Con facilidad puedo decir que soy la persona más torpe que he conocido en toda mi vida -que igual no es muy larga pero sí he conocido a muchísima gente, para mi mala suerte-. No sólo soy torpe, también soy súper talentosa, en extremo sensible y estoy impedida mentalmente.
Bueno, pero esto no se trata de mí ni de enlistar el complejo universo del que estoy hecha. Esto se trata de alguien más. Pero para hablarles de alguien más y de lo que me sucede, es necesario contextualizarlos para que me entiendan. O no. Hay gente que sabe de esto y me conoce de años y sigue sin entenderlo.
Tampoco yo lo entiendo.
Luego de más de dos años, aprendí que esto no es algo que se pueda entender o se pueda explicar. No tiene sentido, por más que yo me he quebrado la cabeza por hallarle algo de lógica, algo de sentido. No lo tiene. ¿Y eso está bien?
No lo sé, supongo que sí.
Les hablo de esto siendo consciente de que más de alguno terminará con dolor de cabeza por poner en blanco los ojos al leer esto. Yo sé que lo que mis amigos opinan de esto. Ellos saben que la única opinión que realmente escucho es la propia y yo opino que está bien. Que lo vale. Que me divierto. Que me hace feliz. Que ese "Mariana, no, por favor" es un MARIANA SÍ, SÍ, SÍÍÍÍÍ.
Pero no sólo se trata de llevarle la contraria a las personas, que es uno de mis evidentes pasatiempos, sino que es algo mucho más.
Es escuchar su voz en cada canción que escucho. Es oírlo ahí, en los acordes de guitarra, es oírlo en los falsettos, es oírlo ahí en las palabras tristes, en las palabras románticas, en las palabras iracundas. Es cerrar los ojos y estar segura que Ryan Tedder compuso esa canción inspirándose en él. Es apostar el trasero a que Carly Rae Jepsen lee este humilde -no tan humilde- blog para componer.
Es pensar que ellos lo saben, ellos lo sienten, ellos lo pueden ver.
Es ver su cara en mis sueños, en mis pesadillas. Es leer alguno de mis libros favoritos antes de dormir para evitarme el malestar de los malos sueños y aún así verlo. Es verlo en mis sueños bonitos, es verlo en mis sueños tristes, es verlo en mis pesadillas. Es irme a la cama pensando en que quizás un día de estos Stephen King me va a responder un tuit, o quizás mañana me gane la lotería o algo interesante va a pasar mañana, algo que me va a cambiar la vida Y AÚN ASÍ SOÑARLO, WTF.
Es sentirlo en el clima, en las gotas de lluvia que resbalan por mi cara- la lluvia casi siempre me agarra sin paraguas, #tragic-, en el sol que quema mis hombros desnudos, en el viento que me besa con fuerza y alborota mi cabello, en el frío que me abraza cada noche y en las nubes grises que me siguen a cada lugar que voy. Es saber que es muy enfermo pensar así, que es científicamente imposible y aún así estar segura que está ahí, en la nada, en el todo.
(Felix deserved better. Fuck you MTV)
Y ya sé que van a pensar: Omg, Mariana, estás enamorada <333333333
Vaya, no se necesita ser alguien especialmente brillante para ver eso, pero eso no es la cuestión. Aquí el meollo del asunto es POR QUÉ.
¿Por qué, después de todo este tiempo, sigo sintiéndome igual? Como a punto de caerme a un pozo sin fondo, como a punto de resbalarme y darme en la madre, como a punto de atarle el nudo a la soga que está enredada en mi cuello.
¿Por qué es diferente a todo lo que anteriormente había conocido? No soy Taylor Swift, no tengo un gran historial de novios famosos y guapos, y lo poco que sé del amor es por lo que he leído. Pero mis vivencias me decían otra cosa. Desde la primera vez que me enamoré, hasta las personas que siguieron a ese tiempo, cada vez que me rompían el corazón yo pensaba que sería el fin del mundo, que no volvería a amar a alguien más, que nadie me iba a querer otra vez, que eso era todo. Que lo había tenido y que lo había perdido para siempre.
Y pasaba el tiempo, conocía a alguien más y me enamoraba. ¡Y boom!
Ahora parece que estoy descompuesta.
Me he obsesionado con la idea de dejarlo atrás y enamorarme de alguien más. De veras, lo he intentado. Conocí a un tipo que es fan de Stephen King y le gustan tanto las películas del Studio Ghibli como a mí, que estaba guapo, que le gustan los perros y que quiere cambiar al mundo para bien Y NADA, NO SENTÍ NADA, NI SIQUIERA CUANDO ME DIJO QUE IBA A HACER LO POSIBLE POR MERECERME.
Nada, nadita, nadín, nope.
Pensé que quizás se debía a la influencia que tenía sobre mí, porque yo seguía hablando con él y pues cuando estás con la boca llena no puedes comer más, ¿Cierto? Eso me dije a mí misma. "Estás bien, Mariana, vas a ver cómo te gusta alguien más"
Viví seis meses sin él, en total silencio de su parte y de la mía. Fuera de ese círculo de perdición, seguramente podría darme la oportunidad con alguien más.
Y entonces conocí a un escritor. ¡UN ESCRITOR! Wowwwwwww, por fin podría hablar con alguien de cosas de libros, autores, géneros, de lo que sea que los escritores deberíamos hablar con otros escritores. Y fue muy amable conmigo y platicábamos mucho tiempo y me dijo que le gustaba. Y wowowwwwww PERO POR QUÉ NO SIENTO NADAAAAAAAAAA.
Llegué a la conclusión de que me rompió, por dentro, algo. No funciono como antes. Devastó con su tormenta lo que era. Lo revolucionó, lo cambió, lo chingó, lo hizo evolucionar o lo que sea. Omg. Y SIN MI PERMISO. Qué humillación y cuán indignada me sentía. Todavía si pienso en eso me siento indignada y me dan ganas de estrellar la cabeza contra la pared.
¿Saben cuál es la peor parte?
Que no lo necesito.
No lo necesito para en absolutamente nada en mi vida. Yo soy funcional, soy talentosa, soy inteligente, soy bonita, soy divertida por mi cuenta. Salgo a enfrentarme a la vida, hacer cosas de adulta, a convivir con mi familia, a reírme con mis amigos, a enseñarle a los niñitos, a ver mis programas de televisión, a leer en parques, en mi cama, en las escaleras, en el recreo, en el suelo, en todos lados donde me sea posible. Salgo y puedo ser feliz, y puedo conocer otras personas y puedo dedicar canciones a otras personas y puedo hablar con mis exs, y puedo construir y destruir mi vida y puedo ser yo.
Pero no quiero. No quiero. No quieeeeeeeerooooooooooooo.
No soy emocionalmente inestable -bueno sí, poquito pero esa es otra historia-, soy buena en lo que hago. Tengo una buena familia y tengo buenos amigos. Tengo un trabajo más o menos bueno. Soy joven. Tengo muchos sueños. Mi orientación sexual me da la pauta para enamorarme de literalmente cualquier persona adulta en el planeta.
Y aún así decido no hacerlo.
Porque él no es mi familia, ni mi amigo ni mi amante, ni mi sueño ni mi milagro.
Es una enfermedad que me va consumiendo desde adentro. Es el karma por todo lo que he hecho en mis vidas pasadas.
Porque yo aquí sin él estoy bien, ahogándome del mismo amor que siento por él, pero bien a fin de cuentas.
Porque esto viene de mí para mí. Y porque estoy segura que él me hizo brujería, algo de magia negra, quizás le vendió su alma a satanás. Tal vez él es satanás.
O tal vez es eso de lo que hablan las historias de la mitología, aquellas cosas inevitables que están escritas en el cielo que deben pasar y que pasan tengan que cortarle la yugular a quién deban cortársela.
Tal vez él es eso de lo que hablan las historias de terror de Stephen King, de esa normalidad que se tuerce cuando es tocada por lo no-humano, por lo malvado.
Tal vez él es eso de lo que me advierte Jane Austen que debo de cuidarme. Que tengo que tener cuidado si no quiero terminar como tantos románticos sin esperanza terminan, siendo absorbidos por fantasías culturales y sociales que se alimentan con el tiempo y los corazones jóvenes e incautos.
Tal vez él es eso de lo que canta Foxes en sus discos.
Tal vez él es eso de lo que Guillermo del Toro escribe y presenta en sus películas.
Tal vez él es ese final de Crazy Ex-Girlfriend que me hizo llorar.
Tal vez él es eso de lo que tanto yo huyo, de lo que me escondo y con lo que siempre termino tropezándome porque #torpe.
¿Tal vez?
No.
Lo es.
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