sábado, 16 de septiembre de 2017

Me avisas cuando llegues a tu casa

Voy a ser súper clara con respecto a algo: He perdido la cuenta de cuántas cubas me he tomado.

Escribo esto con algunos grados de alcohol corriendo por mis venas y aún así no es suficiente para calmarme. Estoy que ni satanás mismo me recibe en el infierno. Los ojos me lloran, porque sé que lo que estoy viendo, lo que estoy leyendo es tan real como yo misma y mis miedos. El corazón me late con rapidez, con violencia, con dolor. Me golpea en las costillas, no me deja respirar. Quiere escapar. Las manos me tiemblan. El impulso de golpear a alguien en la cara corre como por mis músculos. Estoy furiosa, estoy frustrada, quiero vomitar, quiero gritar, quiero arrancarles la cabeza a todos y sacarles los ojos con un tenedor. Quiero llorar, quiero no sentir esto. Quiero olvidar, pero no puedo olvidar.

Estoy enojada, tengo miedo y en cualquier momento soy capaz de prenderle fuego al universo y hacerlo explotar con mis propias manos.


Tenía una idea muy diferente de escribir el post de esta semana. Entre mis planes estaba escribir sobre la masturbación, en más concreto, mi opinión y experiencia con la masturbación femenina pero debido a lo que últimamente ha pasado he decido alzar mi voz contra esa oscuridad que amenaza con destruirnos a todas.






De tantas veces que he escrito sobre el mismo tema, ya no sé qué más decir. Ya no sé qué decirles que las pueda consolar, que los pueda sensibilizar, que puedan hacer eco allá afuera.

Quiero darles esperanza, quiero empoderarlas para que no teman, quiero decirles que todo va a ser mejor a partir de ahora.

Pero yo ni siquiera tengo la certeza de que vaya a vivir la siguiente semana.





Hoy no vengo a darles sermones, a darles aliento, a intentar teorizar por qué está pasando todo esto.


Hoy sólo vengo a decir que tengo miedo.


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